Complementos para caballero

Estimado Doktor




Le sorprenderá que no sea su apreciado Professor quien le envíe estas letras sino una humilde servidora. Su Majestad la Reina ha tenido a bien volver a contar con mis servicios para la corona y no ha reparado en gastos a la hora de dar -nuevamente- con mi paradero en el exilio. Por favor, excúseme si no le facilito mayor información al respecto. La naturaleza de mis cometidos para la corona británica resultaron tan efectivos como atroces y no es algo de lo que me guste hablar.


En el cofre encontrará su nuevo repertorio de útiles. No se burle de su apariencia frágil y sobre todo no se le ocurra utilizarlos antes de haber leído por completo estas instrucciones, por su propia seguridad.




El libro de notas se activa por el tacto. Espero que esté usted familiarizado con las variedades de papel medium. Si no es así le informo de lo siguiente: usted podrá anotar cualquier información confidencial sin temor a ser descubierta por terceras personas.




Para ello debe ser previamente reconocido como su legítimo dueño, cosa que conseguirá llevándola con usted durante tres días con sus tres noches, ininterrumpidamente. A ser posible cerca del corazón. Tras ello nadie más podrá leer en ella algo diferente a un galimatías incomprensible.





La parte posterior de los gemelos tienen un sistema de rearme que se activa girando levemente la plataforma dentada. Una vez haya pulsado la rueda aparte rápidamente la vista del ojo de tigre. Si no lo hiciera, lo más seguro es que despierte varias horas más tarde sin recordar qué le llevó a semejante situación.


En cuanto a la aguja de corbata... No creo tener que recordarle cual es el lado que se clava.


Solo le avisaré de que en esta ocasión la punta lleva un regalito por cortesía de la tribu de los Tibunga, y de momento no hemos podido aislar ningún antídoto.


Reciba un afectuoso saludo.

Recibido el envío el viernes a la mañana, solo me queda pasar este día y esta noche con el libro de notas para hacerlo totalmente mío, mío...

En cuanto a la aguja, no podía pasar sin probar su efectividad, así que al recibirla no pude menos que salir corriendo a la calle y probarla en el primer sujeto que se me pasó por delante de las narices.
Solo al verle tendido en el suelo convulsionando de un modo que no me esperaba, se me ocurrió volver al cofre para buscar algo que me ayudase a recuperar a aquel pobre hombre. Solo entonces, se me ocurrió volver a la carta para releer el último párrafo y percatarme de que mi emocionado impulso inicial fue un error.
La próxima vez procuraré leer toda la carta antes de poner a prueba mis nuevos gadgets.

"Pobre hombre, pobre...", decía la gente agolpada a su alrededor.
"Ojalá pudiésemos haber hecho algo para ayudarle", añadía yo, mezclado entre la multitud, mientras la ambulancia se lo llevaba...