El Coloso
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El Coloso
Escuchando las noticias ucrónicas de Radio Metronomik del Mayor Lovesteel se me ocurrió un relato. Me vino a la mente como un fogonazo. Ahí va:
Érase una vez una tribu… un poblado, según la gente civilizada, que vivía en la cima de una montaña muy alta. Y era tan primitivo que no tenía ni nombre. Por qué vivían allí arriba, tan alto, nadie lo sabe. Por qué nunca bajaron a ver nuevos mundos, nadie lo sabe tampoco. El caso es que vivían tan apartados de todo que nunca llegaron a conocer otros pueblos aparte del suyo.
Vivían tan alto que la comida solía escasear.
Y vivían tan alto, por encima de todos los techos, que no tenían donde cobijarse.
Érase una vez un pueblo… un Imperio; según ellos, la gente civilizada, el más avanzado y moderno de la Historia. Y era tan avanzado que tenía un montón de nombres elegantes; pero normalmente se le llamaba la Gran Bretaña, o el Imperio Británico.
Realmente, era una isla, una isla a ras de suelo; sin montañas, sin montes siquiera, apenas con unas pocas colinas... sin altura. Pero no les importaba, porque no les faltaba de nada. Y de lo que no tenían, lo traían de fuera, de cualquier parte del mundo.
Atravesaban mares con sus acorazados, cruzaban desiertos con sus ferrocarriles y surcaban cielos con sus aeróstatos; extendiendo sus tentáculos hasta donde alcanzase la vista. Allá donde brillase el sol, allá era terreno conquistado en nombre de Su Majestad la Reina Victoria de Kent.
Y tan avanzados estaban, que decidieron que era momento de construir el mayor aeróstato del mundo, tan grande como una ciudad, con todas las comodidades, totalmente autosuficiente, sin necesitar la tierra para nada; y lo llamaron el Coloso.
Y tan hambrientos en la tribu, que apenas cultivaba más la tierra, aparte de las piedras que la propia montaña sabía producir sin dificultad. Tan enfadado estaba el jefe de la tribu que no pudo evitar coger una de aquellas piedras para lanzarla con todas sus fuerzas al abismo al que veía abocado a su pueblo, al vacío, más allá de las montañas; en su desesperación, clamando a los dioses por compasión. Y tan alta era la montaña que nunca nadie sabría en qué lugar de la Tierra acabaría cayendo.
Llegó al fin el día de la botadura del Coloso, y todo el pueblo estaba expectante. Hubo una gran recepción, con su elegante fiesta, y un opulento banquete al que acudió medio Imperio.
La Reina, por su parte, se sentía dueña y señora del mundo, por encima de todas las cosas, con su Coloso frente a sí, esperando ansioso a recibir de sus manos su primer trago de alcohol. Y, de repente, pareció incluso que el mismísimo cielo, desde lo alto, silbaba asombrado ante el poderío y la majestad del mayor Imperio conocido.
Pero no fue eso lo que sucedió. No. Aquel silbido venía producido desde miles de kilómetros por una bola de fuego. Una enorme piedra que se sintió impulsada a llevar un mensaje al Coloso desde la cima del mundo.
Sin que nadie hubiese tenido tiempo de verla, se lanzó sin dudar contra el casco del Coloso, en certero golpe que lo hizo zozobrar, crujir y llorar de dolor.
Explosiones se sucedieron. La Corona de la Reina cayó al suelo. Los amarres se soltaron. Y el Coloso… desapareció. Se perdió. Por encima de las nubes. Para nunca más volver.
Pero apenas un par de días después del arrebato de dolor y desesperación del jefe de la tribu, una sombra cubrió el cielo. Asustados, estremecidos, atemorizados; todos corrieron despavoridos. Jamás antes habían visto algo en el cielo. ¿Algo que estuviese por encima de sus cabezas? Ni siquiera las nubes osaban hacerlo… solo podía ser cosa de los dioses.
El jefe de la tribu pensó que, como representante del pueblo, debía cobrar valor y recibir a los dioses. Alzó el rostro. Y vio un enorme coloso acercándose a su poblado. Un coloso llevado por cuatro globos.
Inexorable, se iba acercando cada vez más, al tiempo que los globos se iban desinflando y muriendo al ver cumplida su misión. Los de estribor cayeron antes que los de babor por lo que el coloso zozobró y dio media vuelta. Entonces, los globos de babor, viéndose abandonados, se dejaron ir también. Y la casa cayó frente al jefe de la tribu.
Desde entonces, nunca más volvió a faltarle nada a la tribu. Siempre tuvieron comida, siempre tuvieron tierra protegida dónde cultivar y siempre tuvieron un techo bajo el que resguardarse. Un solo techo, el único de toda la montaña. El único que necesitaban para sobrevivir.
Érase una vez una tribu… un poblado, según la gente civilizada, que vivía en la cima de una montaña muy alta. Y era tan primitivo que no tenía ni nombre. Por qué vivían allí arriba, tan alto, nadie lo sabe. Por qué nunca bajaron a ver nuevos mundos, nadie lo sabe tampoco. El caso es que vivían tan apartados de todo que nunca llegaron a conocer otros pueblos aparte del suyo.
Vivían tan alto que la comida solía escasear.
Y vivían tan alto, por encima de todos los techos, que no tenían donde cobijarse.
Érase una vez un pueblo… un Imperio; según ellos, la gente civilizada, el más avanzado y moderno de la Historia. Y era tan avanzado que tenía un montón de nombres elegantes; pero normalmente se le llamaba la Gran Bretaña, o el Imperio Británico.
Realmente, era una isla, una isla a ras de suelo; sin montañas, sin montes siquiera, apenas con unas pocas colinas... sin altura. Pero no les importaba, porque no les faltaba de nada. Y de lo que no tenían, lo traían de fuera, de cualquier parte del mundo.
Atravesaban mares con sus acorazados, cruzaban desiertos con sus ferrocarriles y surcaban cielos con sus aeróstatos; extendiendo sus tentáculos hasta donde alcanzase la vista. Allá donde brillase el sol, allá era terreno conquistado en nombre de Su Majestad la Reina Victoria de Kent.
Y tan avanzados estaban, que decidieron que era momento de construir el mayor aeróstato del mundo, tan grande como una ciudad, con todas las comodidades, totalmente autosuficiente, sin necesitar la tierra para nada; y lo llamaron el Coloso.
Y tan hambrientos en la tribu, que apenas cultivaba más la tierra, aparte de las piedras que la propia montaña sabía producir sin dificultad. Tan enfadado estaba el jefe de la tribu que no pudo evitar coger una de aquellas piedras para lanzarla con todas sus fuerzas al abismo al que veía abocado a su pueblo, al vacío, más allá de las montañas; en su desesperación, clamando a los dioses por compasión. Y tan alta era la montaña que nunca nadie sabría en qué lugar de la Tierra acabaría cayendo.
Llegó al fin el día de la botadura del Coloso, y todo el pueblo estaba expectante. Hubo una gran recepción, con su elegante fiesta, y un opulento banquete al que acudió medio Imperio.
La Reina, por su parte, se sentía dueña y señora del mundo, por encima de todas las cosas, con su Coloso frente a sí, esperando ansioso a recibir de sus manos su primer trago de alcohol. Y, de repente, pareció incluso que el mismísimo cielo, desde lo alto, silbaba asombrado ante el poderío y la majestad del mayor Imperio conocido.
Pero no fue eso lo que sucedió. No. Aquel silbido venía producido desde miles de kilómetros por una bola de fuego. Una enorme piedra que se sintió impulsada a llevar un mensaje al Coloso desde la cima del mundo.
Sin que nadie hubiese tenido tiempo de verla, se lanzó sin dudar contra el casco del Coloso, en certero golpe que lo hizo zozobrar, crujir y llorar de dolor.
Explosiones se sucedieron. La Corona de la Reina cayó al suelo. Los amarres se soltaron. Y el Coloso… desapareció. Se perdió. Por encima de las nubes. Para nunca más volver.
Pero apenas un par de días después del arrebato de dolor y desesperación del jefe de la tribu, una sombra cubrió el cielo. Asustados, estremecidos, atemorizados; todos corrieron despavoridos. Jamás antes habían visto algo en el cielo. ¿Algo que estuviese por encima de sus cabezas? Ni siquiera las nubes osaban hacerlo… solo podía ser cosa de los dioses.
El jefe de la tribu pensó que, como representante del pueblo, debía cobrar valor y recibir a los dioses. Alzó el rostro. Y vio un enorme coloso acercándose a su poblado. Un coloso llevado por cuatro globos.
Inexorable, se iba acercando cada vez más, al tiempo que los globos se iban desinflando y muriendo al ver cumplida su misión. Los de estribor cayeron antes que los de babor por lo que el coloso zozobró y dio media vuelta. Entonces, los globos de babor, viéndose abandonados, se dejaron ir también. Y la casa cayó frente al jefe de la tribu.
Desde entonces, nunca más volvió a faltarle nada a la tribu. Siempre tuvieron comida, siempre tuvieron tierra protegida dónde cultivar y siempre tuvieron un techo bajo el que resguardarse. Un solo techo, el único de toda la montaña. El único que necesitaban para sobrevivir.
Re: El Coloso
Muy sugerente, si señor.
Janacek Jadehierro- Artesano de juguetes
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Fecha de inscripción : 23/05/2011
Edad : 55
Localización : Realidad alternativa 9, Chapinería, Madrid
Re: El Coloso
Magnifico relato herr Doktor. Esto me hace preguntarme... ¿No le tirarian un iceberg también al Titanic?. Imaginese una tribu de hiperboreos cabreados lanzando desde Groenlandia un iceberg contra el barco .
Viktor von Krupp- Catedrático malvado
- Cantidad de envíos : 1191
Fecha de inscripción : 04/05/2011
Re: El Coloso
Viktor von Krupp escribió:¿No le tirarian un iceberg también al Titanic?. Imaginese una tribu de hiperboreos cabreados lanzando desde Groenlandia un iceberg contra el barco .
Oiga, pues podría ser otro buen relato. Pero el Titanic me lo imagino de un modo opuesto, desde el fondo del mar, en plan "desde el corazón del infierno, yo te apuñalo". Imagínese el iceberg como el enorme puñal de una civilización greenpunk del fondo del mar.
Y luego un relato futurista con otro "apuñalamiento" de frente, desde Marte, Júpiter, o Titán.
Hasta podría llegar a ser una buena trilogía. Estaría gracioso...
Re: El Coloso
Doktor Schnabel von Rom escribió:Viktor von Krupp escribió:¿No le tirarian un iceberg también al Titanic?. Imaginese una tribu de hiperboreos cabreados lanzando desde Groenlandia un iceberg contra el barco .
Oiga, pues podría ser otro buen relato. Pero el Titanic me lo imagino de un modo opuesto, desde el fondo del mar, en plan "desde el corazón del infierno, yo te apuñalo". Imagínese el iceberg como el enorme puñal de una civilización greenpunk del fondo del mar.
Y luego un relato futurista con otro "apuñalamiento" de frente, desde Marte, Júpiter, o Titán.
Hasta podría llegar a ser una buena trilogía. Estaría gracioso...
Mmmm... Desde Marte podrían haber atacado el Hindenburg .
"Todo lo que se había contado hasta ahora sobre el terrible accidente era mentira, no fue una chispa prendiendo el hidrogeno del dirigible, sino un meteorito incendiario enviado desde allende el espacio. Los marcianos, una raza muy antigua y supersticiosa, con una tecnología muy primitiva que no había evolucionado en miles de años nos observaban temerosos desde las llanuras rojizas de su planeta. Temiendo que el gigantesco Hindenburg fuese algún nuevo tipo de nave espacial, pretendían destruirlo para evitar una posible invasión. Para eso utilizaron un arcaico y prohibido artefacto de tiempos más antiguos, anterior a “la Gran Guerra de Purificación” cuando su raza aún era tecnológicamente más avanzada y no había caido en el actual estado de salvajismo, superstición y paranoía. Se trataba un acelerador magnético lineal que les permitía lanzar una pequeña roca de núcleo de hierro contra el Hindenburg a una velocidad que era 1/3 de la velocidad de la luz."
Viktor von Krupp- Catedrático malvado
- Cantidad de envíos : 1191
Fecha de inscripción : 04/05/2011
Re: El Coloso
Muy buen relato, es muy interesante la idea, debería profundizar en el tema de ahí pueden salir cosas realmente interesantes. Mis felicitaciones
Jacques Lovesteel- Artesano de juguetes
- Cantidad de envíos : 195
Fecha de inscripción : 10/05/2011
Edad : 38
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