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Tempus Fugit

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Armando Valdemar
Viktor von Krupp
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Mensaje  Viktor von Krupp Vie Jun 03, 2011 12:24 am

TEMPUS FUGIT

Capitulo 1

Castigo

No sé cuantas copas de absenta había bebido, solo sé que el joven asiático me las había traído una tras otra con su sonrisa diligente y un ligera inclinación de cabeza. No hay nada como depositar un billete de 5 libras sobre la barra de un bar para que todo el mundo se ponga a tus pies. Creo que sería con la cuarta o quinta copa cuando empecé a tener lo que los galenos y profesionales de la medicina llaman principio de coma etílico pero que los habitantes de los tugurios donde ahora me encontraba llamaban “la pesadilla verde” y los chinos denominan “la gran serpiente que se enrosca en tus sueños”. Fuese lo que fuese no me sentía nada bien, la cabeza me daba más vueltas de lo habitual tras una gran ingesta de alcohol, en mi boca se concentraba un arcoíris de sabores desde el agrio de la nausea hasta el fuerte y un tanto anisado de la absenta.
El joven y solicito muchacho que me había estado sirviendo se acerco preocupado y me miro las pupilas, entre oí que me decía con su característico ingles que mis pupilas estaban excesivamente dilatadas y que sería mejor que me fuese a casa a descansar. ¿A casa?, ¿acaso en mi casa podría olvidar lo visto las últimas noches en Whitechapel?. Como agente de Scotland Yard se supone que tendría que estar curtido, llevo 30 años en el cuerpo y he visto muchas cosas… cuerpos de vagabundos destrozados por el hambre canina de perros famélicos, prostitutas apaleadas y asesinadas por sus chulos, niños pequeños congelados en los portales por qué sus padres los han abandonado en medio del rigor invernal. Sí, muchas, todas terribles, pero ninguna como las de las últimas noches en Whitechapel. El cuerpo de Emily Rose, Rosemary Anderson y la otra a la que no conocía pero que me era muy familiar, como me son familiares todas las muchachas que venden su cuerpo en ese distrito, tiradas en el frio y húmedo suelo adoquinado, con su fina y blanca piel abierta como si de las tapas de un macabro libro se tratase, con sus órganos esparcidos en una espantosa cacofonía de sangre vísceras y fluidos. Sí, hay cosas que un hombre no debe ver aunque lleve 30 años de servicio.
Ahora el joven y diligente muchacho chino me ayuda a incorporarme y me acompaña a la puerta de la taberna, tras la barra un anciano de perilla blanca y larga coleta grita extrañas palabras en un idioma que no entiendo, pero que sin duda son órdenes para que el muchacho me saque del lugar, creo recordar que he golpeado a alguien, me miro los nudillos despellejados y ensangrentados, a mi mente me vienen imágenes neblinosas de un marinero riéndose de las pobres chicas muertas y yo lleno de furia incontrolable golpeándole con una jarra de cerveza hasta que su cara no es más que una caricatura de rostro humano.
La calle está fría y la oscuridad y la niebla lo dominan todo. Muy lejos, las luces de la gran ciudad iluminan otro paisaje, un paisaje muy diferente de grandes avenidas repletas de gente que pasea de un lado a otro, de vehículos a vapor recorriendo las calzadas y de los monorraíles transportando personas de una punta a otra de la ciudad a través de megalíticas columnas de piedra y acero, como grandes serpientes surcando un vasto rio de luces. Pero esto está muy lejos de allí, hasta aquí no llegan los hombres elegantes con sus levitas y chisteras, acompañados de sus mucho más elegantes y distinguidas mujeres vestidas con las ultimas modas de París, hasta aquí no llega el monorraíl ni la alegre algarabía de voces de Picadilli. Esto es otro mundo, otro universo que coexiste con el otro pero sin llegar nunca a juntarse, esto es la trastienda del mundo.
Tengo la boca seca y agria, necesito tomar otro trago antes de que las pesadillas regresen a mi cabeza, no debería serme difícil encontrar alguna taberna donde los marineros recién llegados de ultramar beben como cosacos con licores baratos mientras se dejan convencer no sin muchas dificultades por alguna de las solicitas profesionales del sexo que pululan por la zona. Pero es extraño, esta todo cerrado y las ventanas están a oscuras, ¿qué hora será?, no deberían ser mas de las diez. Intento localizar donde estoy, pero mi cabeza se niega a colaborar, sigo mareado y mi sentido de la orientación es prácticamente nulo, ni siquiera recuerdo el nombre del local de donde me han echado solo recuerdo al muchacho asiático y el inconfundible sabor de la absenta. No debería estar muy lejos de Berners o de la calle Dorset, pero no recuerdo ninguno de estos edificios ni callejones. Miro hacia el cielo intentando vislumbrar alguno de los múltiples zeppelines que recorren el espacio aéreo londinense comunicando la capital con el resto del mundo, eso me serviría para localizar el aeropuerto, pero no veo ninguno, el cielo esta vacio de naves aéreas y de estrellas, es un inmenso mantel negro y opaco como un gran mar de petróleo. Oigo un ruido a mi espalda, algo que se arrastra por el suelo arañando los adoquines mientras gruñe de una manera desagradable. No me siento seguro en este lugar, debo encontrar una salida entre la laberíntica maraña de callejuelas. Entonces oigo la musiquilla, un alegre tintineo de campanas y música de organillo, proviene de un callejón mucho más oscuro que los demás, tiene el techo abovedado con un arco de medio punto haciendo de entrada y encima un cartel en bronce donde se lee “Tempus Fugit”. No me suena el nombre del callejón, pero la alegre música alivia y me tranquiliza, al menos podré encontrar a alguien que sepa orientarme. Me adentro en el cavernoso túnel, a medida que avanzo la oscuridad se hace cada vez más impenetrable hasta que al final avanzo a tientas, tocando uno de los laterales del callejón para orientarme, su tacto es viscoso y húmedo con una textura como de cuero mojado, mis pies se pegan al suelo quizás debido a la humedad imperante en el lugar. Detrás oigo otra vez el extraño ruido de algo que se arrastra y gruñe; sin duda mi cabeza me está jugando una mala pasada, demasiado licor, seguro que la pared esta correosa por el efecto del moho y lo que piso no son más que charcos provocados por la niebla. No sé cuánto tiempo llevo en esa oscuridad que amenaza por asfixiarme pero por fin veo una luz al final del callejón, aprieto mi paso mientras el inquietante ruido sigue detrás de mí.
Ahora sí que estoy seguro de que está pasando algo raro. He aparecido en medio de la confluencia de varias calles que no conozco, para alguien como yo que ha recorrido todo el distrito desde Bishopsgate en el oeste hasta las calles Brady y Cavell en el este pasando por la calle Hanbury en el norte este lugar donde me encuentro me es completamente desconocido.
No consigo identificar los locales ni el diseño de las casas, esas casas de extraño aspecto que se encorvan hacia delante como si quisieran atrapar al transeúnte, cuyas ventanas iluminadas de raros colores no invitan a ver en su interior sino a apartarse por miedo a que no se traten de ventanas sino de los gigantescos ojos de la casa.
Vuelvo a oír el tintineo de las campanillas y la alegre música de organillo, aguzo mí vista y observo que no estoy solo, las calles no están vacías sino repletas de vida. Veo pasar a un hombre ante mí, se detiene, me mira y me sonríe con sonrisa canina mientras me saluda con su chistera de piel de foca. Lleva una levita roja de cuero con una textura similar a la piel de un cocodrilo si es que alguna vez han existido cocodrilos de semejante color, chaleco marrón de cuello bajo con botones dorados y un gran reloj dorado colgado del cuello mediante una cadena de eslabones simples, los números de la esfera no siguen el orden normal de los relojes sino que están como vistos a través del reflejo de un espejo, las manecillas tampoco giran en el sentido correcto sino a la inversa de cómo debiera hacerlo. Alrededor de su garganta lleva un pañuelo del mismo material que la levita, al verla me da la sensación de que lleva una fea serpiente roja que en cualquier momento podría estrangularlo. Sus pantalones son de un verde oscuro con un curioso dibujo ondulante que parece moverse al mismo tiempo que lo hace el hombre. Me fijo en sus piernas, y veo que le falta la derecha, esta ha sido cortada a la altura de la rodilla y ha sido sustituida por una rueda similar a las de las bicicletas pero más pequeña que mantiene sujeta a su muñón mediante correas de cuero. El otro pie está enfundado en un botín de brillante charol negro con polainas rojas, mantiene su precario equilibrio gracias a un largo bastón de ébano negro con un dragón de Jade que lo recorre en toda su longitud rematando con su cabeza la parte superior del mismo. En conjunto parece un sujeto sacado de algún circo o feria como las que ofrecen espectáculos de freaks por un par de chelines la entrada; siento cierta sensación de desasosiego al estar junto a él quizás no tanto por su estrambótica vestimenta como por esa rueda que hace las veces de pierna y de pie y que no para de mover hacia delante y hacia atrás para mantener el equilibrio.
El hombre me ofrece una pequeña copa de cristal que lleva en su mano, yo no se la rechazo y la acepto con gesto amable. El líquido es verdoso y parece brillar con luz propia a la tenue luz de las farolas. No tengo ni idea de donde la ha sacado, ya que no porta botella alguna aparentemente, pero no me importa. Tengo los labios cuarteados y resecos por la sed y me cuesta tragar saliva, pequeñas perlas de sudor recorren mi frente, cojo la copa y la pongo a la luz del farol, pequeñas formas vaporosas se arremolinan dentro del brillante liquido, como tratando de huir de su cárcel de cristal. Trago con placer y fruición el verde elemento, este estalla en mi boca como un volcán en erupción, sus ríos de lava atraviesan mi garganta quemándolo todo a su paso, se detiene por unos segundos en mi pecho quitándome el aliento, yo boqueo como un pez fuera del agua en busca del preciado aire, el liquido prosigue su devastador camino hasta mi estomago convirtiéndolo en la caldera de Pedro Botero, en la fragua de Vulcano o Hefaistos. Todo mi cuerpo es recorrido por una ráfaga de electricidad, una sensación inconmensurable de placer, paz y tranquilidad. Me relamo los labios tratando de captar los últimos restos del verdoso líquido. Es la mejor absenta que haya podido beber en mi vida, con ella puede que pueda alejar las pesadillas para siempre.
Le digo al hombre que me de otra copa, el me sonríe mientras niega con la cabeza y me muestra sus manos enguantadas vacías. Sigo sin saber de dónde ha sacado la copa pero no me importa, aun conservo su sabor en mi boca.
Le pregunto dónde estamos ya que no reconozco el lugar, el me responde con un escueto “Londres”, le vuelvo a preguntar en que parte de Londres, el encoje los hombros y me responde sonriendo. —Solo Londres—.
Me hace una señal con la mano, quiere que le siga, su forma de andar es inquietante, avanza primero la pierna derecha haciendo rodar la rueda que hace las veces de pie mientras se apoya con el bastón, luego la frena y adelanta la izquierda hasta dejarla a la altura de la otra y vuelve a repetir el proceso con la derecha. Le pregunto que le ha pasado, como la perdió, el hombre sonríe, hace un gesto negativo con la cabeza y me señala la pared de una casa que hay en frente nuestra. La pared esta en semioscuridad únicamente iluminada por una farola de gas que aporta una luz amarillenta y mortecina al ambiente, bajo su foco apoyado en la casa un hombre maneja unas horribles marionetas, a algunas les falta la cabeza, a otras un brazo o una pierna, todas parecen haber sido quemadas en mayor o menor parte perdiendo su color blanco original. A una de ellas con forma de arlequín le rezuma un liquido rojizo de los ojos, parecen lagrimas pero se diría que es sangre; quisiera preguntárselo pero no me atrevo a averiguarlo.
El hombre que maneja tan terrible troupe de guiñoles es solo un torso, el extremo inferior de su cuerpo por debajo del ombligo no existe, este torso humano está colocado encima de un tosco y herrumbroso artilugio mecánico con forma de silla con ruedas. Estas ruedas engranan mediante cadenas a un conjunto de engranajes, arboles de levas y otros elementos cuyo cometido me es desconocido. En uno de los laterales de la silla hay una manivela bastante grande cuya función se me escapa a mí entendimiento. Tras el respaldo acolchado tapizado de cuero verde hay tres largos palos negros con travesaños perpendiculares cada 20 centímetros que le dan el aspecto de mástiles de barco. De estos travesaños cuelgan inertes de sus hilos múltiples marionetas y campanillas doradas dejándose mecer por la brisa nocturna. Me ha parecido ver que alguna está colgada del cuello con su propio hilo como si la hubieran ahorcado, quizás como castigo por algún indecible delito del mundo de los muñecos.
El marionetista no habla, solo dirige a los muñecos mediante sus delgados hilos unidos a sus dedos, dedos largos y finos como cañas. Sus uñas largas y sucias están afiladas como pequeñas guadañas; quizás sirvan para cortar los hilos que le unen a ellos, manteniéndolas siempre pendientes por encima de sus cabezas cual espada de Damocles. El hombre levanta la vista del suelo y me mira, el me ve pero yo no puedo verle los ojos pues donde debiera tenerlos solo hay sendas oquedades oscuras y negras como el túnel que he atravesado para llegar hasta aquí. De una de esas cavernas cae un pequeño hilillo de color marrón que recorre su ajada mejilla, detrás surge un pequeño gusano que se desliza hábilmente a través de la apergaminada piel del rostro. Doy un bote hacia atrás asqueado por lo que he visto, el marionetista me sigue mirando, sonríe, abre su infame boca y una larga y afilada lengua morada se hace con la pequeña criatura que se arrastra por la cara del repulsivo ser llevándosela hasta sus fauces donde es masticada con gran placer. Luego gira la cabeza a su izquierda y murmura algo a alguien que no veo y que se oculta fuera del foco de luz de la farola. Unos ligeros y suaves pasos se aproximan al extraño vehículo y a su repulsivo propietario. Es una figura alta y delgada, de piel blanca como la nieve de las montanas, lleva su pecho al descubierto por lo cual se que es una mujer, su rostro está oculto tras una máscara tan blanca como su piel y su pelo ha sido afeitado por completo o no lo ha tenido nunca, porta unos pantalones ajustados de seda de color blanco con rombos negros muy desgastados y roídos y unas pequeñas zapatillas de ballet negras. Cuando está más cerca observo que tiene unas heridas circulares en las palmas de sus manos que han adquirido un tono violáceo. Siento tristeza por la pobre mujer intento acercarme para ayudarla pero mi guía me detiene con la mano y me hace un gesto negativo con la cabeza, seguidamente vuelve a señalarme a la extraña pareja.
La mujer se ha colocado junta a la silla del torso, coge la manivela cuya función desconocía y la empieza a dar vueltas, se oye el mismo ruido que hace un reloj cuando se le da cuerda así que empiezo a sospechar el cometido final de dicho útil. La mujer la suelta cuando ve que ya no gira más y la silla empieza a desplazarse hacia delante alejándose de nosotros mientras se oye la música de organillo que había escuchado antes junto con el tintineo de las campanillas, ella la sigue detrás con la cabeza gacha y arrastrando un poco los pies, da la sensación de que no esté acostumbrada a caminar o que un inmenso peso sobre su cuerpo le obliga a avanzar dificultosamente. No me gusta lo que veo e intento acercarme a ella, mi guía vuelve a sujetarme del hombro y a realizar un gesto negativo con la cabeza y me dice con voz susurrante —castigo—. Yo no le hago caso y me suelto de su presa, corro hacia la mujer gritándola para que se detenga y asegurándola que puedo ayudarla. La sujeto de un brazo y la giro hacia mí, la silla se detiene y su propietario gira la cabeza para mirarme, no muestra enfado ni sorpresa me sonríe y un rastro de baba negra surge de la comisura de sus labios. Estoy asqueado pero no le hago caso, intento explicarle a la mujer que soy policía, que puedo ayudarla, ella me mira a través de su máscara sin ojos y no me responde así que opto por quitársela, la máscara de porcelana cae al suelo y queda reducida a polvo, miro directamente a la cara de la mujer y grito, grito como nunca lo había hecho antes, como nunca hice durante mis 30 años de profesión, grito hasta que mis pulmones y garganta arden por el esfuerzo. Debajo de la máscara no hay un rostro humano, solo una cabeza de madera, un símil incompleto y quemado de lo que habría sido una cara femenina, me mira con sus ojos tallados como intentando comprender lo que le digo, pero sé que no me entiende, el marionetista debe utilizar algún idioma desconocido para darle ordenes. Me fijo en las heridas de las manos y compruebo que son agujeros perfectos, lo mismos que tiene en sus zapatillas de ballet de madera pintadas de negro, sin duda es por ahí por donde el muñequero mete los hilos con los que dirige sus marionetas pues eso es lo que tengo frente a mí, simplemente otra marioneta. Ahora comprendo la palabra de mi guía “castigo”, en el extraño mundo del que provienen estas dos criaturas el mayor castigo que se le debe poder infligir a una marioneta es el convertirla en humana aunque solo sea en apariencia. Huyo del lugar en dirección hacia el hombre de la levita roja, mientras el torso y su muda compañera reinician el camino hacia dios sabe que oscuro lugar de esas callejuelas sin nombre.

Bueno, pues eso, que espero que les guste.
Un saludo.


Viktor von Krupp
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Mensaje  Armando Valdemar Vie Jun 03, 2011 4:10 am

Es usted malevolamente genial.
"Exijo" mas partes porque engancha demoniacamente bien.
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Mensaje  Janacek Jadehierro Mar Sep 20, 2011 2:45 pm

Realmente inquietante. La primera parte me recordaba bastante a El callejón tenebroso de Jean Ray y la segunda me sugiere una interpretación realmente buena de los muñecos de Horrabín en la novela de Tim Powers. En cualquier caso, ha conseguido un relato muy original que hace soñar con más encuentros y más lugares fantásticos en ese "Londres" alternativo.
Bravo.
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Mensaje  Viktor von Krupp Mar Sep 20, 2011 6:28 pm

Se agradece el cumplido señor Janacek y tendré que apuntarme el nombre de esos dos autores ya que no he leido nada de ellos y suenan la mar de sugerentes.

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Mensaje  VahlSanders Mar Sep 20, 2011 8:38 pm

Y, ya que estamos, ¿tene a mano un capítulo 2 Question ?
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Mensaje  Armando Valdemar Miér Sep 21, 2011 3:14 am

Ya podia...
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Mensaje  Doktor Schnabel von Rom Miér Sep 21, 2011 12:32 pm

Eso es. Queremos más Tempus Fugit.
Recuerdo haber leído este relato, creo que en el otro foro, y deja con ganas de más...
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Mensaje  Viktor von Krupp Miér Sep 21, 2011 8:27 pm

En realidad este es el primer capítulo de un libro de relatos. Es como una especie de prologo o introducción, le sigue un segundo capítulo títulado "Pater Familias" (padre de familia traducido), un tercero títulado "Bajo la luz de la pálida luna" del que se puede leer un cachito en el foro y muchos otros que estan en borrador. Puedo adelantarles que he fusionado en mis relatos el estilo y la ambientación de Lovecraft, mezclado con el terror gore de Clive Baker y todo ello ambientado en un siglo XIX irreal y steampunk. No se como denominarlo "Darksteampunk", "Blacksteampunk", "A steampunk gothic horror". Laughing

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Mensaje  Armando Valdemar Miér Sep 21, 2011 11:08 pm

Viktor von Krupp escribió: he fusionado en mis relatos el estilo y la ambientación de Lovecraft, mezclado con el terror gore de Clive Baker y todo ello ambientado en un siglo XIX irreal y steampunk. No se como denominarlo "Darksteampunk", "Blacksteampunk", "A steampunk gothic horror". Laughing

Joder... si es por influencias parecemos todos hermanos Laughing Laughing
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Mensaje  VahlSanders Jue Sep 22, 2011 2:47 am

Pues, en mi imaginación sus palabras evocaban personajes al estilo de las animaciones de Tim Burton.
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Mensaje  Armando Valdemar Jue Sep 22, 2011 5:38 pm

VahlSanders escribió:Pues, en mi imaginación sus palabras evocaban personajes al estilo de las animaciones de Tim Burton.

... el cual genero su imagineria gotica a raiz del Expresionismo Aleman ( vea "El Gabinete del Dr.Caligari" para mas indicaciones).
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Mensaje  Sir Jack Winchester Jue Sep 22, 2011 5:54 pm

De Tim Burton y muy recomendable:

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