Tras las nieblas...

Armando Valdemar Jue Abr 19, 2012 12:30 am

"El frío hizo lo posible por despertarme.
Entre susurros sentía sus manos fantasmales empujándome acuciante ante lo que tras la barrera del sueño me preparaba.
Mis pupilas se abrieron ante el espectáculo y mi boca se secó por la impresión
¿Que ignota tierra era esa que se me descubría ante los ojos?
¿Cuánto había estado dormido?
¿Tan lejos estaba de mi hogar o estaba más cerca de lo que pensaba?
Todo aquello era una visión siniestra y sincera, como si presenciara invisible el despertar de una enorme fiera.
Sin un sonido reconocible, solo una brisa gélida podía empujarme a pensar que estaba en esta realidad.
Ante mi asombrada y morbosa mirada se abría una ciclópea amalgama de roca, acero y niebla, todo ello envuelto en el tapiz de Rorschach que formaban las recientes nieves con la inmensidad del negro cielo cósmico.
Yo estaba quieto, rígido por la sobrenaturalidad del espectáculo, reacio a moverme, sabedor de las miles de estrellas muertas que me observaban sin parpadeo alguno ya.

Seguí mi transito por aquellas tímidas carreteras de oscura fantasía que se retorcían paranoicas y temerosas ante la magna y quieta mortandad del paisaje.
Pues no era para menos, el pensar que eran las mismas nieblas del Tártaro las que emergían por aquellos peñascos, y no las propias de aquella fría madrugada de Invierno, las que descubrían una telaraña de podridos tramos de vía y oxidados cables de ferrocarril como si fueran los huesos o espinas de un enorme cadáver cuya carne esta evaporándose.
Solo le llevo unos minutos más a mi enfebrecida mente el reconocer la naturaleza del lugar.
En medio de todo aquel silencio, emergiendo como hongos del negro y seco suelo, una miríada de casas muertas, obscenamente abiertas a cualquiera, se descubrían desfondadas de decencia y gloria, siendo las tumbas de un pasado de prosperidad despojado hasta su ruina.
Había una hueca y mezquina belleza en aquellas centenarias criptas urbanas y una creciente sensación desasosegante que me empujaba a adentrarme entre todas ellas, a respirar su aire frío, vacío y rancio cuajado de recuerdos sordos.
Tras un largo y cada vez menos cauto deambular, el citado desasosiego quiso darme una intuitiva sensación de seguridad, sentimiento que pese a lo que podría parecer y yo podía esperar, no me incomodaba, pues ya poco a poco me fui dando cuenta de lo que mis ojos en un principio rehuían y mi mente olfateaba como un ansioso perro de presa, del por qué o el sentido de todo aquello, de qué había sido y que no:

Estaba en casa y todo estaba, aunque no lo recordase ni tuviese por qué hacerlo, como siempre había tenido que estar.

Sin perder un minuto más, me arrope en mis recuerdos, listo para recibir la bienvenida de mi pasado".

(Copyright “SafeCreative” propiedad de Armando Valdemar).